No sabía nada del origen de los mercados en Bucaramanga, fue un verdadero deleite leer la historia del primer mercado cubierto, fascinada leí todos estos parágrafos, imaginándome cada avance que daba esta tierra después de su primer mercado cubierto, al mismo tiempo mientras terminaba mi lectura sentí una malinconía del pasado.
El mercado es un lugar de grandísima energía, donde llegan todo tipo de manjares, que la Madre Tierra nos hace don, es por ello que cada vez que visito un lugar en el mundo, el mercado es uno de mis lugares favoritos para visitar, se viven sensaciones fuertes, intensas, agradables y algunas veces desagradables, todo esto es la misma vida
Casa de Mercado San Mateo, Bucaramanga
La realización del mercado en un espacio público y los días domingo fue algo recurrente en la inmensa mayoría de ciudades colombianas. Desde el periodo colonial y hasta el siglo XIX, por lo menos, el mercado en los centros poblados se organizó en alguna plaza o plazuela de la localidad. Bucaramanga no fue la excepción a esta regla ya que el mercado público tuvo lugar, por lo menos durante la primera parte del siglo XIX, en la Plaza Principal. El mercado, que en ese entonces era semanal, se realizaba los días domingo. Sin embargo, en algunas ocasiones la administración municipal estableció su realización los días sábado, para que no coincidiera con el día dedicado a Dios, pero ante el inconformismo de algunos habitantes “finalmente se acordó [entre 1870-1875], por parte de la Administración local, que el día de mercado fuese el domingo”.
La Plaza Principal para ese entonces era un espacio apenas demarcado y sin ningún tipo de ornato ya que como indicó García “muy pocas vías eran empedradas, y la yerba crecía en abundancia en la mayor parte de ellas, no menos que en casi toda la extensión de la plaza.” En la primera mitad del siglo XIX el adelanto urbanístico y arquitectónico de Bucaramanga era todavía muy modesto. Esto debido en gran medida a que el poblado aún no había experimentado el avance económico que lo caracterizaría durante el resto de siglo, lo que significó la imposibilidad de destinar recursos económicos para adelantos materiales. Los elementos que se destacaban en el paisaje urbano eran pocos. Sobre el costado noroccidental de la Plaza Principal se ubicaba la modesta Capilla de Nuestra Señora de los Dolores; hacía el oriente se hallaba la iglesia de San Laureano que para ese entonces estaba construida en teja y según José Joaquín García era de mayor extensión que la anterior; en el costado norte se encontraba la Casa del Cabildo y la cárcel, las cuales funcionaban en la misma edificación.
En la “Calle Real”, como se le denominaba en ese entonces a la calle 35, que no se prolongaba más de cuatro cuadras e igualmente la Calle de la Iglesia que además era “solitaria y apacible” predominaban aún los solares escuetos y separados por cercas de piñuela y fique. Hacia el norte y occidente, las calles eran destapadas, por lo general estaban cubiertas de abundante yerba así como la Plaza Central que apenas estaba demarcada y sin ningún tipo de arreglo. La calle de la Capilla de Los Dolores hacia el occidente “era algo angosta, debido á que el templo tenía ronda por ese lado también” y la que conducía al sitio conocido como “Payacúa” era un “llano descubierto”.
Después de mitad del siglo XIX, Bucaramanga empezó a cobrar una relativa importancia en el plano administrativo y económico. En el contexto regional y nacional la villa se comenzó a destacar tras su designación como nueva capital del Estado Soberano de Santander mediante la Ley de 24 de noviembre de 1857. Con el establecimiento de la capital, Bucaramanga recibió algún impulso, “[…] aunque no tanto como muchos se habían imaginado; pero en todo caso tenían que seguirle los beneficios indirectos que le traía el ingreso de muchas familias que con ese motivo [designación como Capital] se domiciliaron en ésta.” Con ellos vinieron los cambios, se establecieron nuevas tiendas, tanto de ropas, como de licores. Se comenzaron a edificar nuevas viviendas o a reformar las existentes y se abrieron algunos hoteles y casa de asistencia. En definitiva se experimentó una dinámica que no se había visto antes y el poblado comenzó a tener el signo de las transformaciones que se acelerarían cada vez más a lo largo de todo el siglo XIX.
A la vez, las formas de organización del mercado público también se fueron transformando con el tiempo. En un principio, antes de 1850 por lo menos, el mercado semanal en la Plaza Principal se organizaba simplemente poniendo los productos a la venta extendidos en el suelo. Posteriormente, los vendedores comenzaron a usar toldos para cubrir los productos, dándole de esta forma una mayor organización al mercado. Mercancías de todo tipo eran puestas en venta en el mercado semanal, pues con el crecimiento poblacional que experimentó la ciudad en la primera parte del siglo XIX se logró diversificar la oferta de productos ofrecidos.
Uno de los bienes que más se comercializaron durante gran parte del siglo XIX fueron los afamados “sobreros de jipijapa”, así, tal y como escribe José Joaquín García “el mercado de este artículo tenía lugar al principio en la esquina Noreste de la Plaza, de donde se fue subiendo, de esquina en esquina, hasta llegar á la quinta cuadra de la Calle del Comercio […] luego, en 1879, por Decreto de la Alcaldía, se dispuso bajarlo al atrio, donde ha continuado hasta el día.” De manera tal que los sombreros de jipijapa se comercializaron en el atrio de la iglesia por lo menos hasta 1894, justo un año antes de terminarse la construcción de la Casa de Mercado Cubierto de San Mateo. Esto, además de sugerir una zonificación del espacio por productos, indica también que el intercambio comercial en la Plaza Principal se mantuvo activo hasta el último momento antes de aparecer una edificación construida específicamente para ello.
La Plaza Principal de Bucaramanga continuó siendo hasta 1895 el Lugar donde se llevaba a cabo el mercado público semanal. No obstante, ésta no era la única función que dicho espacio urbano cumplía. Durante todo el siglo XIX se observa cómo la parte central del poblado era el sitio donde tenían lugar diferentes actividades sociales. La Plaza Principal no sólo era el espacio urbano donde se concentraban las principales edificaciones del poder civil, religioso y económico, sino que además era el sitio donde se realizaban todo tipo de actos públicos, celebraciones, tertulias y hasta fusilamientos. Todo ello a pesar del aspecto físico de la Plaza que no era el mejor, siendo tan sólo un tierrero explanado, demarcado únicamente por los trabajos de desyerbe que ocasionalmente se realizaban para posibilitar el tránsito.
Más adelante, en proporción al crecimiento de la población y por tanto de las dimensiones del mercado, se fue generando por parte de vecinos preocupados por el “ornato público”, cierta inconformidad con respecto a la realización del mercado en la Plaza Principal. Los habitantes de Bucaramanga manifestaban que el lugar presentaba mal aspecto debido a la suciedad y los lodazales que se formaban, considerándolo como antihigiénico. Se señalaba además que la realización del mercado en la Plaza Principal y todos los inconvenientes que ello generaba, no era propio de una “urbe”. Al respecto en el semanario El Posta de 1894, se hacía pública dicha inconformidad en la voz de alguno de sus editores:
Que mal aspecto presenta el mercado semanal en la plaza principal. Lodazales por todas partes; gran abigarramiento del pueblo, animales de carga, hatillos, fritanga, toldas amparando fruslerías, revoltillo de gentes etc. Son las características de este mercado que ya pugna contra la categoría de la urbe.
Para solucionar este problema las autoridades locales inicialmente tomaron la decisión de trasladar el mercado a los locales comerciales -“almacenes” y “tiendas”- ubicados a lo largo de la “Calle del Comercio”, arteria principal de la actividad comercial. Sin embargo, esta medida no fue muy bien recibida por la comunidad. El inconformismo manifestado ante la nueva organización del mercado en locales dispersos se debió principalmente a las dificultades que representaba para los compradores, ya que los productos necesarios no se encontraban disponibles en un solo lugar, obligando a realizar largos trayectos de una tienda a otra porque ningún almacén contaba con todo lo necesario. Este experimento duraría poco y el mercado volvió a realizarse a las pocas semanas en la Plaza Principal, volviendo a su “mal aspecto”.
Por todo ello se evidenció la necesidad de construir un lugar que cumpliera la función de concentrar el mercado bajo condiciones higiénicas, de manera organizada y cómoda. Fue finalmente el comerciante Nepomuceno Serrano quien tuvo la idea de proyectar la construcción de una Plaza de Mercado Cubierto para tal fin. Así, finalmente cuando se terminó de construir esta edificación en 1896, la Plaza Principal quedó libre de esta actividad y se iniciaron los trabajos de ornato en la Plaza. A finales del siglo se planeó la readecuación de este espacio público con la construcción de un “jardín” en el centro de la plaza y se proyectó la instalación de una estatua en conmemoración al General Custodio García Rovira. Esto estuvo acompañado de otras obras tales como el empedrado de la plaza y de las calles circundantes, junto con siembra de árboles